Esta fue la canción que a casi todos los asistentes a la Eucaristía nos hizo derramar lágrimas y nos extremeció el corazón:
Cuando un amigo se va queda un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo.
Cuando un amigo se va, queda un tizón encendido que no se puede apagar ni con las aguas de un río.
Cuando un amigo se va, una estrella se ha perdido, la que ilumina el lugar donde hay un niño dormido.
Cuando un amigo se va, se detienen los caminos y se empieza a rebelar, el duende manso del vino.
Cuando un amigo se va, galopando su destino, empieza el alma a vibrar porque se llena de frío.
Cuando un amigo se va, queda un terreno baldío que quiere el tiempo llenar con las piedras del hastío.
Cuando un amigo se va, se queda un árbol caído que ya no vuelve a brotar porque el viento lo ha vencido.
Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo.
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